En este tercer artículo pondremos sobre la mesa diversas manifestaciones de Pablo VI que muestran claramente ese giro antropocéntrico. Muchas veces, más que los propios documentos vaticanos, a veces complicados de interpretar, son mucho más claros los discursos, entrevistas o manifestaciones de diverso tipo.
Antes, una introducción.
Iota Unum (pag 327)
Todas estas desviaciones de la moral responden a la exigencia antropocéntrica del mundo moderno, que sustituye la idea divina reguladora del mundo por la idea del hombre autorregulador. La tendencia antropocéntrica da origen a la técnica, y considera que el hombre es la finalidad del mundo y el deber del género humano consiste en el dominio de la realidad mundana. Esta teleología encuentra acogida en algunos pasajes del Vaticano II. La constitución pastoral Gaudium et spes 12 se expresa en estos términos: ”Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos”. Y más teológicamente, afirma que el hombre “es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma”.
Resulta demasiado ingenuo afirmar que creyentes y no creyentes coinciden en reconocer que el mundo debe ordenarse al hombre, pues las filosofías pesimistas (desde Lucrecio a Schopenhauer) han negado ese finalismo antropocéntrico, y grandísima parte de la ciencia moderna rechaza toda teleología. E incluso restringido al mundo terrestre, el finalismo antropocéntrico fue atacado también por todas las filosofías mecanicistas.
La negación de la finalidad teocéntrica de todas las criaturas conduce a la autonomía de los valores mundanos(…). Excluye igualmente el fin sobrenatural.
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Esta tendencia antropocéntrica fue “combatida”, por ejemplo, por Pablo VI de la siguiente manera:
Discurso de Clausura del Concilio, 7 de diciembre de 1965.
La Iglesia del Concilio – dijo – se ha ocupado mucho
del hombre, del hombre en nuestra época: del
hombre vivo, del hombre totalmente ocupado de si,
del hombre que se hace no solo el centro de todo su
interés sino que se atreve a pretender que es el principio
y razón última de toda la realidad… El humanismo
secular, revelándose en su horrible realidad
anticlerical ha definido, en un cierto sentido, al Concilio.
La religión del Dios que se convirtió en hombre
se encontró con la religión del hombre que se hace
dios a si mismo. ¿Y qué ocurrió? ¿Hubo un choque,
una batalla, un anatema? Pudo haber sido, pero no
hubo ninguno. La antigua historia del Samaritano ha
sido el modelo de la espiritualidad del Concilio. Un
sentimiento de inmensa simpatía lo ha penetrado todo.
La atención de nuestro Concilio ha sido absorbida
por el descubrimiento de las necesidades humanas.
Reconocedle al menos este mérito, vosotros, humanistas
modernos que habéis renunciado a la trascendencia
de las cosas supremas y sabed reconocer
nuestro nuevo humanismo: Nos, también, más que
cualquier otro, honramos a la Humanidad; ¡NOSOTROS
TENEMOS EL CULTO DEL HOMBRE!».
Todavía, otro punto que Nos tenemos, que Nos debemos
resaltar es este: toda esta riqueza doctrinal
(del Concilio) no mira sino a una cosa: ¡A SERVIR
AL HOMBRE!, de cualquier condición, en todas sus
debilidades y necesidades…».
Y continuó:
«¿Desvió todo esto, y todo lo demás que Nos podemos
decir sobre el valor humano del Concilio, el pensamiento
de la Iglesia en el Concilio hacia la posición antropocéntrica de la cultura moderna, centrada en
la Humanidad? No, la Iglesia no desvió su curso, pero
ella se volvió hacia el hombre…La mente moderna,
acostumbrada a evaluar todo en términos de utilidad,
admitirá de buena gana que el valor del Concilio
es grande por lo menos a causa de que todo ha
estado referido a la utilidad humana.
Por lo tanto, ninguno podrá nunca decir que una religión
como la Católica es inútil, viendo que cuanto
tiene en su forma, la más consistente y eficaz como es
la del Concilio, proclama que Ella está toda íntegramente
al servicio del hombre…».
Y así, en este otro “pasaje” del 27 de marzo de 1960, en una
conferencia:
«¿No llegará el hombre moderno, un día, con sus es-
tudios científicos a progresar y descubrir realidades
ocultas detrás del rostro mudo de la materia, a tender
su oído a la voz maravillosa del Espíritu que palpita
en ella? ¿No será la religión del mañana? ¿Einstein
mismo percibió la espontaneidad de una religión
del hoy? … ¿No está ya el trabajo en progreso enrolado
en la trayectoria que lleva directamente a la religión?.
Dice a este respecto el Padre Luigi Villa
“¡Verdaderamente asombroso! ¡Montini, aquí, predica una “religión”
en la que lo sobrenatural y la Revelación están excluídos!
Uno podría decir que, para él, la religión de mañana ya no será la
de Jesucristo, la que es comunicada al hombre por medio de la Gracia
de la Fe, del Santo Evangelio, de la Pasión de Cristo, de la Sagrada
Eucaristía… ¡No! Esa otra religión suya será la “religión del
universo”, un resultado, eso es, de la “recta trayectoria” trazada
por el trabajo y la investigación científica”.
El 13 de julio de 1969, afirmaba Pablo VI:
«El hombre se nos revela un gigante. Se nos revela
divino, no en si mismo, sino en su origen y en su destino.
Honor al hombre, honor a su dignidad, a su espíritu,
a su vida!».
Sydney, 2 de diciembre de 1970:
Nos tenemos confianza en el hombre. Nos Creemos
en el fondo de bondad que existe en los corazones de
todos. Conocemos los motivos de justicia, de verdad,
de renovación, progreso y hermandad que descansan
en la raíz de tantas maravillosas iniciativas, e incluso
de tantas protestas, y, desgraciadamente, tal vez, en
tanta violencia… Sembrar la semilla de un verdadero
ideal… un ideal de hacerla crecer hasta su verdadera
estatura como criatura hecha a semejanza de
Dios, un ideal de llevarlo a sobrepasarse incesantemente,
para construir al mismo tiempo la ciudad fraterna
a la cual todos aspiramos y tenemos derecho.
La Iglesia Católica, sobre todo después de la nueva
primavera de su “aggiornamento” conciliar, va a encontrar
ese mismo hombre cuyo servicio es vuestra
ambición».
Paulo VI, Angelus del 7 de febrero de 1971, con ocasión de un viaje espacial.
«¡Honor al hombre; honor al pensamiento; honor a
la ciencia, honor a la síntesis de la actividad científica
y organizativa del hombre que, a diferencia de todo
otro animal, dará instrumentos de conquista a su
mente y a su mano! ¡Honor al hombre, Rey de la Tierra
y hoy Príncipe del cielo! ¡Honor al ser viviente
que nosotros somos, en quien está reflejada la imagen
de Dios y, dominando las cosas, obedece al orden
bíblico: crece y domina!».
En Belén, 6 de enero de 1964.
«La misión del Cristianismo es una misión de amistad entre los pueblos de la tierra, una misión de compresión,
de aliento, de promoción, de elevación, y, digámoslo
una vez más, una misión de salutaciones».
En Indonesia, 3 de diciembre de 1970.
Nosotros no tenemos otra intención en nuestros diversos
viajes a todos los puntos del globo. Lo que nosotros
tratamos de hacer, con toda nuestra humilde
fuerza, es trabajar para mejorar al hombre, mirando
de hacer reinar la paz y triunfar la justicia, sin la
cual ninguna paz es durable».
Discurso para el 25º aniversario de la ONU, 4 de octubre de 1970
«…un gran emprendimiento, bien digno de reunir a
todos los hombres de buena voluntad en una inmensa
e irresistible conspiración hacia el desarrollo integral
del hombre y el desarrollo solidario de la Humanidad,
a la cual Nos habíamos atrevido a exhortarla
en nombre de un “humanismo integral” en
nuestra encíclica “Populorum Progressio”».
«Nosotros traemos a esta organización el sufragio de
nuestros recientes predecesores, la de todo el Episcopado
Católico, y el nuestro propio, convencidos como
estamos que esta organización representa el camino
obligatorio de la moderna civilización y de la paz
mundial… Los pueblos de la tierra se vuelven hacia
las Naciones Unidas como la última esperanza de
concordia y de paz. Nos, nos atrevemos a presentar
aquí, junto con el nuestro propio, nuestro tributo de
honor y de esperanza»
Mensaje para el día de la Paz, 14 de noviembre de 1970.
Aventurémonos a usar un término que puede parecer
ambiguo, pero que, considerado en la exigencia
de su profundidad, es siempre resplandeciente y supremo,
el ‘amor’: amor por el hombre, como el principio
más alto del orden terrenal… La paz es producto
del amor: el verdadero amor, el amor humano…
Si nosotros queremos la paz, debemos reconocer
la necesidad de construirla sobre fundaciones
más sólidas… La verdadera paz tiene que estar fundada
sobre la justicia, sobre el sentimiento de una
dignidad humana intangible, sobre el reconocimiento
de una duradera y feliz igualdad entre los hombres,
sobre el dogma fundamental de la fraternidad
humana, esto es, sobre el respeto y el amor debido a
cada hombre por su calidad de hombre».
Alocución al Día de la Paz, 1º de febrero de 1975.
«Nosotros queremos dar un sentido a nuestras vidas.
La vida vale lo que vale el sentido que se le da, la dirección
que se le ha de dar, el fin al cual se la orienta.
¿Cuál es el fin? Es la paz. La paz es una cosa hermosísima,
pero difícil… Es el fruto de grandes luchas,
de grande planes, y, antes que nada, es el fruto
de la justicia: si usted quiere la paz, trabaje por la
justicia.»
Pero si
«Necesitamos desarmar los espíritus, si queremos impedir
eficazmente el recurso a las armas que matan
los cuerpos. Necesitamos dar a la paz, o sea a todos
los hombres, las raíces espirituales de una manera
común de pensar y de amar… Es en esta interiorización
de la paz que reside el verdadero humanismo, la
verdadera civilización. Felizmente esta ya está por
realizarse. Está madurando con el progreso del mundo…
El mundo está progresando hacia su unidad.»
Discurso de cierre del Concilio, 7 de diciembre de 1965
«Una corriente de afecto y de admiración se ha desbordado
del Concilio sobre el mundo humano moderno…
Los valores del mundo moderno no fueron
solo respetados sino también honrados, sus esfuerzos
sostenidos, sus aspiraciones purificadas y
bendecidas».
Audiencia, 5 de marzo de 1969.
«Eso supone “otra mentalidad”, que nosotros podemos
igualmente calificar como “nueva”: la Iglesia
admite francamente los valores propios de las realidades
temporales; Ella reconoce, pues, que el mundo
encierra riquezas que realiza en emprendimientos,
que expresa en el mundo del pensamiento y de las artes,
que él merece alabanzas, etc., en su ser, en su devenir,
en su propio dominio, aún si no fuera bautizado,
si fuera un profano, un laico, un seglar… “La
Iglesia – dice el Concilio – reconoce todo lo que es
bueno en el dinamismo social de hoy”».
Esta aproximación, llena de prudencia y audacia,
que la Iglesia manifiesta hoy hacia el mundo presente,
tiene que modificar y modelar nuestra mentalidad
de fieles cristianos, todavía inmersa en el torbellino
de la vida moderna profana… Nos tenemos que explicar,
con mucha precaución y precisión, la diferencia
entre la visión positiva de los valores terrenales
que la Iglesia está presentando hoy a Sus fieles, y la
visión negativa, sin anular lo que de verdadero hay
en ella, que la sabiduría y el ascetismo de la Iglesia
nos han enseñado tantas veces con respecto al desprecio
del mundo… Pero Nos queremos concluir haciendo
nuestra y recomendando esa visión optimista
que el Concilio está presentándonos, sobre el mundo
contemporáneo…»
“Le Courrier de Rome”, 25 de abril de 1970
«Nos hemos confiado en la razón humana… Un día,
la razón humana tendrá la última palabra.»
Discurso a los australianos, 30 de noviembre de 1970.
«Todos nosotros estamos, las Iglesias incluidas, comprometidos
en el nacimiento de un “nuevo mundo”.
Dios… en Su amor por el hombre, organiza los movimientos
de la historia para el progreso de la humanidad
y con vistas a una nueva tierra y a unos nuevos
cielos, ¡donde la justicia será perfecta!»
«La Iglesia Católica urge a todas Sus hermanas a
emprender, junto con todos los hombres de buena voluntad
de toda raza y nación, esta cruzada pacífica
para el bienestar del hombre… para “establecer una
comunidad global, unida y fraterna.»
Otras
La paz es el objetivo lógico del mundo presente; es
el destino del progreso… Hoy es necesaria… una
nueva educación ideológica, la educación para la
paz… Démonos cuenta, hombres, nuestros hermanos,
de la grandeza de esta visión futura, emprendamos
valerosamente el primer programa: educarnos
para la paz.»
Alocución para el Día de la Paz, 16 de noviembre de 1975.
¿Cuál es nuestro mensaje? Nosotros necesitamos,
sobre todo, las armas morales, que dan fortaleza y
prestigio al Derecho Internacional, comenzando con
el cumplimiento de los acuerdos.»
Discurso a la ONU, 4 de octubre de 1965.
Una vez más, en este día, nosotros queremos repetir
lo que tuvimos el honor de proclamar el 4 de octubre
de 1965, a la audiencia de vuestra Asamblea: Esta organización
representa el camino obligatorio de la civilización
moderna y de la paz mundial… Si los focos
de violencia crecen siempre…la conciencia de la humanidad
se afirma no menos siempre más fuerte sobre
este foro privilegiado donde… los hombres recuperan
esta parte inalienable de sus rasgos comunes:
lo humano en el hombre… Así, Nos renovamos nues-
tra confianza en que vuestra organización pudiera
responder a la inmensa esperanza de una comunidad
fraterna global, donde cualquiera pudiera alcanzar
una vida verdaderamente humana.»
Mensaje para el día de la Paz, 30 de noviembre de 1969.
Antes que una política, la paz es un espíritu… Esta
se forma, se afirma en la conciencia, en esa filosofía
de vida que cada uno debe construir por si mismo,
como una luz para sus pasos sobre los senderos del
mundo y en las experiencias de la vida. Eso significa
mis queridos hermanos e hijos, que la paz requiere
una educación. Nos lo afirmamos, aquí, ante el altar
de Cristo, como cuando celebramos la Santa Misa
Este conjunto de frases huecas creo que marca una tendencia de pensamiento. Puedo estar equivocado pero no veo una visión sobrenatural por ningún lado.
El problema es que, a este pontificado, habría que añadirle el anterior. Muchos hemos leído con un escalofrío el Discurso de Apertura del Concilio, ese en el que Juan XXIII, sin despeinarse, proclama a los cuatro vientos que no ejercerá la función para la que ha sido elegido, que no perseguirá el error, que no advertirá a sus ovejas de donde se encuentra el peligro pues no es necesario.
Dicho de otra forma, les grita a los lobos que no cuenten con él para defender el rebaño.
A Juan XXIII le sucedió Pablo VI, quien, sin ningún empacho, nos lanzó a amar el mundo…justo cuando este era más peligroso. No sólo eso, también grito a los cuatro vientos que su esperanza para la paz en el mundo estaba en los Acuerdos Internacionales, la ONU, la razón humana, la educación en la paz etc. Al mismo tiempo llamaba a un “nuevo mundo” donde Cristo no tendría nada que decir, todo descansaría en la “buena voluntad” del género humano.
En esta multitud de manifestaciones no se encuentra ni rastro de la doctrina de la Iglesia sobre las realidades temporales.
Para nota, y es difícil elegir, el último párrafo citado, una filosofía de vida construida por cada uno para que alumbre nuestros pasos.
Capitán Ryder
Una nota sobre el artículo de Juan Suarez Falcó. Comenta en uno de los párrafos
Es de justicia recordar que Pablo VI, que partía de un progresismo moderado, cuando vio cómo los enemigos de la Iglesia aprovechaban los documentos del CVII para atacar la ortodoxia sufrió muchísimo y desde entonces toda su actuación fue dirigida a salvaguardar el magisterio y la tradición de la Iglesia.
Veamos como salvaguardaba el magisterio Pablo VI. Del libro de George Weigel “El coraje de ser católico”.
El «caso Washington» Vengamos a un caso concreto, antes aludido, muy especialmente significativo. George Weigel, famoso por su biografía de Juan Pablo II, cuenta detalladamente cómo fue la crisis de la Humanæ vitæ en la archidiócesis de Washington, y concretamente en su Catholic University of America, donde, ya antes de publicarse la encíclica, se había centrado la impugnación del Magisterio (El coraje de ser católico, Planeta, Barcelona 2003,73-77). «Tras varios avisos, el arzobispo local, el cardenal Patrick O´Boyle, sancionó a diecinueve sacerdotes. Las penas impuestas por el cardenal O´Boyle variaron de sacerdote a sacerdote, pero incluían la suspensión del ministerio en varios casos». Los sacerdotes apelan a Roma, y la Congregación del Clero, en abril de 1971, recomienda «urgentemente» al arzobispo de Washington que levante las aludidas sanciones, sin exigir de los sancionados una previa retractación o adhesión pública a la doctrina católica enseñada por la encíclica. Esta decisión, inmediatamente aplicada, fue precedida de largas negociaciones entre el Cardenal O´Boyle y la Congregación romana. «Según los recuerdos de algunos testigos presenciales, todos los implicados [en la negociación] entendían que Pablo VI quería que el “caso Washington” se zanjase sin retractación pública de los disidentes, pues el papa temía que insistir en ese punto llevara al cisma, a una fractura formal en la Iglesia de Washington, y quizá en todo Estados Unidos. El papa, evidentemente, estaba dispuesto a tolerar la disidencia sobre un tema respecto al que había hecho unas declaraciones solemnes y autorizadas, con la esperanza de que llegase el día en que, en una atmósfera cultural y eclesiástica más calmada, la verdadera enseñanza pudiera ser apreciada».
NOTA DEL CAPITAN: Un arzobispo se lanza, contra viento y marea, a defender a la Iglesia y el Papa lo desautoriza. El resto de obispos del mundo tomaron buena nota. También los disidentes, que se armaron de razones. Podían presentarse en público diciendo que la Encíclica era interpretable. Las nulas actuaciones de los obispos en su contra parecían darles la razón a ojos de los católicos.
http://es.catholic.net/op/articulos/14042/cat/469/la-crisis-de-la-human-vit.html