MUJERES EN LA IGLESIA (IV). FLANNERY O´CONNOR

Hemos realizado 3 entradas anteriormente sobre este tema, todas ellas mujeres elevadas a los altares.

No es el caso que nos ocupa hoy, una mujer del siglo XX, que vivió su catolicismo en un ambiente hostil sin que afloraran en su vida o en su obra ni una pizca de resentimiento o abatimiento, todo lo contrario. Hecho curioso porque se daban todos los elementos para ello, un ejemplo para todos nosotros.

Falleció a la edad de 39 años, en 1964. De origen irlandés, vivió en Savannah, Georgia, en lo que se denomina en EEUU el cinturón bíblico, protestantismo hard. Por cuna pertenecía a uno de los tres grupos que se denominaban despectivamente «K», es decir, especialmente perseguidos y/o arrestados: negros, judíos y católicos.

De una fe profunda, sincera, nada a la defensiva pese al ambiente en el que se desenvolvía, escribía a los 22 años en su diario: «Oh Dios, haz que yo Te desee. Para mí sería la felicidad más grande. Haz que yo Te desee no sólo cuando pienso en ti, sino en cada momento, haz que este deseo se mueva dentro de mí, que viva dentro de mi como un cáncer. Como un cáncer me mataría y esto sería el Cumplimiento».

Cuatro años después el deseo le era concedido, el lupus empezaba a atacar sus órganos y tejidos, devorando lentamente su cuerpo.

No fue el único deseo concedido. Una de las cosas que más fervientemente pedía a Dios era poder escribir. Su huella en la literatura americana del siglo XX es muy profunda, al punto que Elizabeth Bishop, afamada poeta estadounidense comentó tras su muerte «mientras sobreviva la literatura americana, también las historias de Flannery O´Connor sobrevivirán».

Por cierto, aunque su obra está constantemente atravesada por la búsqueda de Dios, de lo eterno, de la forma en que la Gracia actúa en la vida de cada hombre, no es una literatura al uso. Quien se acerque esperando encontrar una obra explícitamente católica quedará decepcionado. Es sutil, irónica, sorprendente, hasta el punto que su madre decía «los que la entienden dicen de ella que es muy buena».

Otro rasgo de su personalidad, junto al amor por las letras y su fe profunda, es el gusto por la amistad, la del cultivo constante a través de la conversación, siendo esta enormemente sincera. Llama la atención al leer sus cartas, las recibía de todo tipo de gente, el cariño con el que se dirige a todo el mundo sin esconder ni un gramo de la Verdad, faceta esta que resalta más en estos tiempos. Quizá porque es lo que ocurre cuando se tiene fe y se trabaja. Curiosamente, esta forma de hablar tan sincera no provocaba ningún rechazo, la gente tiene sed de amistad sincera y de verdad.

A este respecto, hay que resaltar el gusto que encontraba en recibir y escribir cartas. Cuando uno las lee se da cuenta de que las estuvo escribiendo hasta el último momento, cuando los dolores debían ser espantosos. Y en todas ellas se ve el mismo amor. Es algo realmente impresionante.

Aunque habrá algunas entradas en los próximas días con retazos de algunas de sus cartas, son auténticas catequesis, relatamos a modo de aperitivo una anécdota sobre su amor por la Verdad.

-Un amigo le cuenta que no quiere un matrimonio religioso y ella le responde «El sacramento del matrimonio es el único matrimonio que conozco».

Capitán Ryder

P.D: Hasta el mejor escribano suelta un borrón. Hay algunas cartas en las que manifiesta su gusto por Teilhard de Chardin, a pesar de que ve el problema de su pensamiento. Lo dice en alguna carta, «no creo que quería decir eso…»»creo que ser refería más bien…». Eso, y que al comienzo del Concilio apostaba por el bando franco-alemán. Supongo que no tenía la mejor información en este último caso.

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