El salmo 50, conocido como Miserere, es, sin duda, uno de los más impresionantes. En él se manifiesta, como en pocos, algunos de los misterios centrales del catolicismo. En este caso la culpa y la gracia. También la pequeñez del ser humano necesitado en todo momento de Dios.
Y expresa algo totalmente contrario a lo que hoy se entiende por misericordia. No un Dios que comprende y acepta todos tus pecados sin propósito de enmienda sino un Dios dispuesto a perdonarlo todo siempre que te reconozcas pecador.
Nada que ver con acompañamientos a ninguna parte que refrenden tu miserable modo de vida.
Dos notas antes de pasar al Salmo y al magnífico hilo que en twitter ha escrito Antonio Moreno.
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- Este Salmo pone de relieve, a mi modo de ver, uno de los errores ligados a la confesión que ha sido muy habitual en la Iglesia. De todos los condicionantes para una buena confesión se ha hecho hincapié durante demasiado tiempo en aquello de «decir los pecados al confesor» como lo fundamental.
Grave error, a mi modo de ver, pues oscurece lo fundamental de este asunto y que no tiene nada que ver con nosotros y es «el dolor de los pecados» y, ligado a este, «el propósito de enmienda», pues es algo que viene de lo alto, ese regalo inmerecido, ese susurro de Dios que todo lo cambia, sin el que «polvo somos y…»
- Este Salmo llamó fuertemente mi atención hace unos años, una historia sobre las Cruzadas. En la batalla de los Cuernos de Hattin los cruzados sufrieron una dura derrota. Sólo escaparon unas docenas mientras 300 de ellos eran hechos prisioneros. Parece que se les ofreció conversión o muerte. Las crónicas hablan de que todos ellos empezaron a entonar el Miserere mientras eran degollados.(*)
Salmo
3Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
4lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
5Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
6contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
7Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
8Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
9Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
10Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
11Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
12Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
13no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
14Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
15enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
16Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
17Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
18Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
19Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
20Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
21entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
(*) Una de las crónicas habla de 1 cruzado que eligió apostatar, no he podido confirmarlo.
Capitán Ryder
Hilo resumido de Antonio Moreno en twitter. Muy recomendable
Hoy, Miércoles de Ceniza, en todas las iglesias del mundo se rezará el salmo 50. Un cántico compuesto por un miserable, un adúltero, un asesino… Y sin embargo, un «hombre según el corazón de Dios».
El salmo 50, conocido también como «Miserere», porque así comienza en latín, es uno de los más famosos textos de la liturgia. Se reza en laudes todos los viernes y hoy, Miércoles de Ceniza, además, en la Misa.
Según la tradición, fue compuesto por el rey David, tras la denuncia que hizo sobre él el profeta Natán(…)
Decía que David se arrepiente profundamente y es entonces cuando entona el salmo 50.
No sé si tú lo rezas habitualmente o es la primera vez que lo lees. En cualquier caso tú estás reflejado en él. Tú y yo podríamos cantar hoy este salmo, deberíamos cantar hoy este salmo sintiéndolo nuestro, como si brotara del fondo de nuestro corazón.
En ese caso, quizá la Cuaresma no esté hecha para ti. Pero te diré una cosa, no eres un hombre o una mujer «según el corazón de Dios», que reconoce su culpa y que se sabe necesitado de la misericordia de Dios.
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Volviendo al Miserere, si nos fijamos en la primera parte (hasta el versículo 11) el salmo emplea, según los biblistas, tres vocablos hebreos para referirse al pecado y es muy curioso
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El primero, «hattá», que significa «no dar en el blanco». El pecado hace que erremos el tiro. Satanás es como ese feriante que tima a los incautos con escopetas mal calibradas. Te promete la felicidad pero es imposible lograrla con los medios que él nos propone.
El segundo, «‘awôn», que significa «torcer», «doblar», en referencia a un camino desviado. El pecado nos desorienta, nos mete en un camino tortuoso y sin salida. Mentira tras mentira. Tapando un pecado con otro más gordo.
Por eso, la conversión, esa que buscamos desde hoy y a lo largo de la la Cuaresma, es enderezar el rumbo, regresar a la casilla de salida y empezar de nuevo. El Señor te ofrece siempre (¡hoy también!) una nueva oportunidad
El tercer término es «peshá» y se refiere a la rebelión del súbdito contra el rey. El pecado es, por tanto, también, una afrenta, un reto a Dios y a su proyecto de felicidad para nosotros. Somos como esos niños consentidos que no aceptan el bien que sus padres le proponen.
¿No te das cuenta de que todos los días, de pensamiento, palabra, obra y omisión fallas el tiro, tuerces el camino y te rebelas contra lo que Dios quiere para ti?
Si te duelen estas faltas, vas por buen camino. Ese es el sentido de la ceniza que hoy nos impondremos. Reconocer que, sin Dios, somos ceniza, polvo, nada.
Y entonces llega la segunda parte del salmo, de la «región tenebrosa del pecado» pasamos a la «región luminosa de la gracia». Cuando confesamos nuestras culpas, milagrosamente, se abre para nosotros un horizonte nuevo
«Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces», dice el Miserere
Si reconoces tu pecado, Dios puede hacer contigo, hoy mismo, una persona nueva. Te puede re-crear
En el original hebreo, se repite tres veces la palabra «espíritu»: «Renuévame por dentro con espíritu firme; (…) no me quites tu santo espíritu; (…) afiánzame con espíritu generoso».
Comenzamos, por tanto, esta Cuaresma 2019 con este día de penitencia en el que proclamamos que la misericordia de Dios es infinita para quien reconoce su debilidad: «Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias».
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Porque, como decía santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia «Aunque nuestros pecados fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte. Hace falta una cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón… El resto lo hará Dios»
Así que, cuando hoy te impongas la ceniza, estarás entornando un poquito la puerta. No trates de hacer mucho más en este tiempo, déjate hacer. Ese es el sentido del ayuno, la oración y la limosna, cuaresmal, retirarnos nosotros para dejar a Dios dominar nuestra vida.
Si te dejas, Él, en su inmensa compasión borrará tu culpa.
¿Crees que es imposible que nadie pueda perdonarte? Pues mira a David. De su descendencia posterior con Betsabé nacería el que luego salvaría a la humanidad entera: Jesucristo.
https://twitter.com/Antonio1Moreno/status/1103162142369501184