GRAVE ERROR

He comentado en entradas anteriores que el Papado de Francisco tiene algunas cosas positivas. Algunas de ellas serían,

1- Ver que no es posible el entendimiento con el llamado clero progresista. Simplemente, tienen otra fe distinta a la católica. Si alguno de los próximos papas quiere sacar a la Iglesia de la ciénaga en la que está metida deberá prescindir de ellos, no hay otra salida. Desconozco si los nombramientos de pontificados anteriores respondían al intento de mantener un equilibrio entre conservadores y progresistas o si los papas anteriores consideraban pastores válidos a Kasper, Schonborn, Mahony, Bernardin etc. En cualquier caso, se han rebelado como pastores infieles a la Iglesia que realizan una labor de zapa cuando consideran que los tiempos no son propicios y cuando consideran que están en posición de fuerza no hacen prisioneros, apartando sin piedad a todo aquel que conserve la Fe católica.

2- Sacar a la luz muchas de las incoherencias de las proclamas, podíamos llamar, vaticanosegundistas, como por ejemplo en temas como el ecumenismo.

A todos nos ha situado ante el espejo y nos ha obligado a preguntarnos cuál es nuestra Fe. Y, paralela a esta pregunta, deberíamos hacernos la de cómo servir mejor a Cristo y a su Iglesia en esta crisis sin precedentes.

La respuesta de algunos católicos del sector conservador está siendo realmente sorprendente. He oído de todo, desde los que se quieren hacer ortodoxos hasta los que, simplemente, arrojan la toalla.

Y es realmente doloroso ver que medios católicos dan por buena esta respuesta.

Hace unos días el blog Specola, blog por otra parte muy interesante, se hacía eco de una carta remitida al Papa Francisco por un católico belga.

El Blog decía

Cada vez más nos estamos acostumbrando a separar lo que significa la fe católica de las ocurrencias del pontífice reinante. Los hay que se cansan y ante tanto despropósito deciden abandonar la Iglesia. Hoy es Jean Pierre Snyers con una triste y razonada carta nos explica su decisión. Es lo que tantos piensan y que está llevando a alejarse a tantos católicos de su iglesia. Ya estamos cansados de grandes proclamas vacías y contradictorias, de continuas confusiones calculadas que alimentan el caos creciente.

Leída la carta, no parece que el remitente se exprese tan claramente en ese sentido. Se trata de una carta razonada, oportuna, pero que, a mi modo de ver, desliza dos errores importantes:

1- Imputar a Francisco pensamientos que ya venían de lejos y que compartían Papas como Juan Pablo II o Pablo VI. Habló, como no, del ecumenismo, explicadisímo ya en este blog. El ecumenismo de Francisco no va más allá del de Juan Pablo II pero muchos de los católicos que estaban encantados con el Magno no le pasan una a Francisco en este tema.

2- No creo que la intención de Jean Pierre Snyers sea la de abandonar, pero creo que es un error grave insinuarlo, incluso como figura literaria. En concreto, el primer párrafo dice

Buenos días Papa Francisco,

Con todo el respeto que tengo por ti, pero no por un buen número de tus ideas, te escribo para decirte que estoy cerca de dejar tu Iglesia. Nunca pensé que un Papa pudiera inducirme a considerar tal ruptura, pero usted tuvo éxito en esta destreza.

Este tipo de insinuaciones me lleva a hacerme preguntas sobre cuál es nuestra Fe y si hemos entendido algo de lo que significa.

En concreto, parecería que la Fe de un católico que hace afirmaciones de este tipo no es muy diferente de la de un progresista-modernista. Una Fe centrada en si mismo, victimista, no muy diferente del pagano medio de hoy en día. Esos a los que se les llama, con razón, ofendiditos, y que hoy son legión en Occidente. Un católico que al primer revés abandona a la esposa de Cristo, ese católico que proclamaba, parece desde el sillón de su casa, lo cercano que estaba a Cristo. Este católico que abandona el barco y promete volver cuando la tormenta escampe. Ese católico que, como ya he dicho, se pone a si mismo, sus sentimientos, sus miedos etc en el centro del tablero. Si Cristo no ocupa, no sólo el centro, sino absolutamente todo no hay Fe católica.

Lo siento pero no puedo dejar de preguntarme ¿ qué han entendido de la Fe católica?

Desde luego, es creer que la historia de la Iglesia no ha sido la que ha sido. Parecen creer que venimos de 2.000 años de navegar en una balsa de aceite. Realmente ridículo.

Y no me refiero al señor Jean Pierre Snyers, a quien no conozco, sino a la actitud de muchos católicos que insinúan la idea de abandonar, como hace el belga, aunque puede que no sea lo que realmente estén pensando hacer. Pero, además de la barbaridad en sí estas cosas causan desanimo en la almas.

Decía el converso Evelyn Waugh cuando empezó a ver los desmanes del post-concilio «La nueva liturgia me parece una tentación contra la fe, la esperanza y la caridad, pero, Dios lo quiera, jamás apostataré«.

Parece que de la Fe católica ha desaparecido el carácter martirial, lo que San Juan de la Cruz llamaba «Noche oscura del alma».

Hay quien achaca a los protestantes, con razón, la sorpresa que se llevaran el día del juicio cuando vean junto a Jesús a su Madre, a quien muchos de ellos no le dan el trato debido.

También sería aplicable a los católicos esta imputación. ¡Qué sorpresa se llevarán cuando intenten explicar a Jesús el abandono que hicieron de su esposa cuando más lo necesitaba!

No puede ser una opción, no para quien tenga visión sobrenatural.

Capitán Ryder

https://gloria.tv/article/zBJfCz9tkVdH1LghS4ZxA9bKK

https://infovaticana.com/blogs/specola/el-papa-francisco-y-el-paraiso-arabe-bajas-de-la-iglesia-catolica-carballo-huye-de-roma-las-olvidadas-victimas/

En la historia hay cientos de épocas oscuras, épocas que han sido muy dolorosas para los cristianos a quienes ha tocado vivirlas, pero que deben servirnos de recordatorio que hay que poner las cosas en Cristo, sólo en Él, abandonarse a Él. El resto vendrá sólo.

Traigo una pequeña historia de una periodista, creo que no especialmente religiosa, publicada en al año 1959 en Selecciones de Reader´s Digest. Habla de la Navidad que estuvo encarcelada en Budapest. Dice al final del texto Dickey Chapelle

Se abrió el postigo de la mirilla. El guarda introdujo, acompañándolas de un gruñido, las dos escudillas de mi ración diaria. Contenía una la acostumbrada sopa aguanosa. La otra, en cambio, rebosaba casi de increíble cantidad de comida. Y coronando el montón de arroz con especias había un codillo de cerdo: hueso, y magro, y colgantes trozos de gordo bien tostadito. Era la primera vez en tres semanas que veía yo un plato de carne.

Como niño ante juguete nuevo, quedé contemplando con ojos de asombro la presa que acababa de caer en mis manos. Se me hizo un nudo en la garganta. En cuanto se aflojó, la emprendí con mi comida de Navidad. No perdoné gramo ni caloría de semejante gloria del paladar.

A tiempo que comía, me decía que no era tan sólo la satisfacción de aplacar el hambre lo que me alborozaba. Era, asimismo, el increíble descubrimiento de que no me había equivocado al enternecerme con el pensamiento de la Navidad. Oculto en algún rincón del mundo monstruoso que me rodeaba –albergado en el corazón de un cocinero, o de un alcaide, o de un guarda- alentaba aún el sentimiento de la Navidad. Ese terror que había acallado los villancicos y apagado las luces del árbol no pudo acabar por entero con el sentimiento de la Navidad. La bondad de un ser humano(1) desconocido para mí, aprisionado como yo misma en este mundo de horrores, hacía que brillase en mi vida, con resplandor clarísimo, el significado del nacimiento de Cristo.

Hasta en este lugar, el comunismo aparecía vencido y humillado por la Navidad.

Un trago amargo ha de ser para los dominadores de Budapest enterarse de que la Navidad es algo que aún resplandece, que aún perdura en el alma de multitud de personas sumidas en la oscuridad de ese negro régimen. Porque habrá Navidad este año, y el siguiente, y en todos los que le sigan. Mucho después que los amos del Kremlin y cuanta inhumanidad les acompaña hayan desaparecido de la tierra, el mensaje de Cristo continuará prestando calor e inspiración a los hombres.

Esta certidumbre fue el verdadero regalo de mi Navidad en Hungría.

(1) La Gracia actuando donde menos lo esperamos.

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