FLANNERY O´CONNOR. EL HABITO DEL SER

Prometimos hace unos días traer algunos extractos de las cartas de Flannery O´Connor. Pequeños bosquejos del humor, el amor por la literatura y la fe que le impulsaban. Envuelto, eso sí, en la ironía, casi corrosiva que le era propia.

Disfruten.

Antes, unas líneas, acertadas como pocas, de quien era Flannery.

Flannery buscó de manera consciente adquirir el hábito del arte y, ejercitándose diariamente, lo adquirió en la elaboración de sus novelas y relatos. Tal vez de forma menos deliberada, y sólo en el transcurso de una vida vivida de acuerdo con sus creencias, tal y como deseaba consciente y profundamente, adquirió también, en mi opinión, un segundo hábito, que he llamado “el hábito del ser”: una excelencia que no corresponde sólo a la acción, sino a una disposición y actividad interior que reflejaba cada vez más el objeto, el ser, que la caracterizaba, y que a su vez se manifestaba en lo que hacía y decía. Las cartas dan testimonio de este segundo hábito, aunque también arrojan nueva luz sobre las novelas y los relatos frutos del primero.

Sally Fitzgerald

 

Al Padre J.H.McCown, El día de la marmota (2 de febrero de 1959)

…Rece por mí para que vaya y vuelva de Chicago en una pieza y los intelectuales de la ciudad no me causen daños. Me lo pagan bien y desafortunadamente me tengo que ganar el pan. Desearía no tener que ganármelo de este modo en febrero.

A Louise Abbot, 30 de marzo de 1959

Por mucho que me gustase tenerte como vecina, me alegro de que lograras evitar el asilo local. Tenemos aquí un nuevo asilo local para “ancianos” llamado “Acres Verdes”. Lo inauguraron formalmente hace dos domingos y mi mdre tenía que ir; así que fuimos. El sitio está dividido en dos alas: Magnolia, para ancianos ricos, y Camelia, para pobres. Previendo mi futuro en el ala Camelia, enseguida decidí que preferiría ir al hospital estatal…

A Cecil Dawkins, 3 de abril de 1959

¡Ánimo, ánimo! Mil dólares. Me resulta incomprensible para un relato. Lo más que he conseguido yo son cuatrocientos veinticinco dólares. Ahora que han aceptado uno, probablemente acepten otro y no tendrás que ir a trabajar nunca más. Ésta es una carta nerviosa. Te estoy felicitando con una máquina de escribir eléctrica. Está muy bien, pero aún no me he acostumbrado a ella. No puedo dejar de pensar en toda la electricidad que se pierde mientras pienso qué voy a decir después

Al Doctor T.R. Spivey, 26 de abril de 1959

La chica sobre la que escribes parece muy joven y muy poco instruida. No dudo que necesite un buen director espiritual, pero ello requiere un cierto talento y mucha gracia, y son tan difíciles de encontrar como cualquier otra rareza. Respecto a un confesor, da igual cualquiera. El confesionario no es el lugar para discutir problemas.

Probablemente lo peor que pudo haber hecho fue ir a una universidad católica. Se necesita ser un católico muy resistente para aguantar a las buenas monjas –eso es lo más común-. Me he encontrado con algunas que son mujeres educadas y con una gran formación, pero la mayoría no saben nada del mundo y tienen una especie de inocencia de invernadero que sirve de muy poco a cualquiera que haya de enfrentarse a los problemas del mundo moderno.

Respecto a los malos católicos, es un aspecto más de la vida. Estoy reseñando algunos sermones de San Agustín sobre los salmos y me encontré con esto: “Además quiero advertiros de esto, hermanos: en este mundo la iglesia es una era, y como he dicho con frecuencia y sigo diciendo, hay un montón de paja y de grano juntos. No sirve de nada tratar de librarse de la paja antes de que llegue la hora de aventar. No abandonéis la era antes, sólo porque no aguantáis a los pecadores. De otro modo, seréis engullidos por los pájaros antes de que os lleven al granero”. Probablemente ella percibe con mayor intensidad la necedad y la vulgaridad que el pecado, y cuesta más aguantar eso que el pecado, porque es más molesto…El espíritu del barón es un antídoto contra la vulgaridad y falta de refinamiento de muchos católicos estadounidenses.

Al Doctor T.R. Spivey, 21 de junio de 1959

Estoy reseñando un libro…sobre el zen y la cultura japonesa. Lo asumí como una carga, pero lo encuentro muy interesante y es fácil comprender qué atrae a los “beatnik” al zen y qué les despista. Si eliminas del cristianismo a Cristo, la iglesia, la ley y el dogma, te quedaría algo como el zen. La necesidad que los “beatnik” tienen de él da testimonio de su necesidad de vida contemplativa. ¿Crees que sería posible que el protestantismo encuentre algún tipo de monasticismo? Pregunté a un teólogo de Mercer y dijo que no. En cualquier caso, si pudiese existir algo así en el protestantismo, mucha gente quedaría a salvo del zen.

No creo que, si Dios quiere perdonar al mundo, tenga que llevar a unos pocos elegidos al desierto para empezar todo de nuevo. Creo que lo que comenzó cuando Moisés y los hijos de Israel salieron de Egipto continúa hoy en la Iglesia, y supongo que continuará así. Y creo que todo esto se cumple merced a la paciencia de Cristo en la historia y no con gente selecta, sino con gente muy común, tan común como los vacilantes hijos de Israel y los apóstoles pescadores. Eso procede de un concepto de la Iglesia diferente al vuestro. Para nosotros la Iglesia es el cuerpo de Cristo, Cristo que pervive en el tiempo, y como tal, una institución divina. Los protestantes consideran esto idolatría. Si la Iglesia no es una institución divina, se convertirá en un club social…

Para “A”, 27 de junio de 1959

La posición de la Iglesia respecto al control de la natalidad es la más absolutamente espiritual de todas sus posiciones y, ya que todos nosotros somos materialistas en lo profundo de nuestro corazón, no resulta sorprendente que provoque tensión. Me gustaría que algunos sacerdotes dejaran de defenderla diciendo que el mundo podría soportar cuarenta mil millones. Me alegraré el día que digan: Esto es lo correcto, queridos hijos, aunque nos pudramos unos encima de otros, como puede que ocurra. Practicad la abstinencia o preparaos para amontonaros…

Al Doctor T.R. Spivey, 18 de julio de 1959

Continuando con lo mismo, no te regaño por querer ir al desierto. Estoy segura de que más gente tendrá que desearlo e ir allí antes de que la situación mejore; me mantengo al margen de la cuestión de comenzar las cosas de nuevo. Cuando los dos decimos que creemos que la Iglesia es divina, nos referimos a cosas totalmente diferentes. Tú te refieres a la Iglesia invisible con muchos modelos más o menos relacionados con ella, mientras yo me refiero a una única Iglesia visible. No resulta lógico para el católico creer que Cristo enseña a través de muchos modelos visibles que defienden doctrinas contrarias entre sí. Hablas de los acontecimientos conocidos de la vida de Cristo, aunque estos hechos están debatiéndose con vehemencia: el nacimiento virginal, la resurrección o la divinidad misma de Cristo. Para nosotros, la única Iglesia visible se pronuncia sobre estos temas de manera infalible, y recibimos su doctrina independientemente de si está se adecua subjetivamente a nuestras suposiciones o no. Creemos que Cristo dejó a la Iglesia para que hablara por él y que habla con su voz, siendo él la cabeza y nosotros sus miembros.

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