EL ECUMENISMO EN JUAN PABLO II. ASIS (V)

Quinta parte del ensayo de Johannes Dörmann sobre la jornada de oración por la paz de Asís. Como en casos anteriores se publicó en el portal Adelante la Fe.

  1. El «Concilio pastoral» y su «lenguaje pastoral»

El Concilio, un «nuevo Pentecostés». Ese pensamiento llenó el espíritu de algunos Padres conciliares al principio. Después del Concilio se habla habitualmente de un «nuevo Pentecostés» cuando se trata de hacer prevalecer innovaciones decisivas en nombre del espíritu del Concilio. Pero esta manera de revalorizar en el plan divino el acontecimiento histórico del Concilio no corresponde a la idea que él tenía de sí mismo y tampoco resuelve la dificultad de saber qué calificación teológica precisa dar a sus diversas afirmaciones.

El Concilio Vaticano II se consideró a sí mismo como un «concilio pastoral» y su pretensión fue ser considerado de esta manera. Según la confesión personal de Juan XXIII su convocatoria fue la respuesta a una «inspiración de lo alto» (1).

La idea de un «concilio pastoral» proviene del mismo Papa. Era una cosa nueva en la historia de la Iglesia, pero fue aprobada sin dificultad por la mayoría de los Padres. Para algunos era bienvenida para dar cabida, so capa de lo «pastoral» y sin trabas dogmáticas, a una evolución en el sentido deseado por ellos. ¿Qué se entendía exactamente por «concilio pastoral»? Según Karl Rahner era difícil decirlo, ya que en el Concilio «no se había dado lugar a una reflexión teológica profunda sobre la naturaleza precisa de un concilio pastoral en cuanto tal». Pero el Papa consiguió, sin embargo, comunicar a los Padres conciliares los rasgos fundamentales de su idea, tan congruente con su persona y su corto pontificado.

Se recuerda un dicho del cardenal Roncalli antes del cónclave, que Juan Pablo II, luego de ser elegido Papa convierte en su programa: «La Iglesia es joven y transformable, como lo ha sido a lo largo de toda su historia». Como historiador, él conocía la capacidad de transformación histórica de la Iglesia y como teólogo su inmovilidad en la fe. Su idea del concilio pastoral se puede esbozar como sigue: la capacidad de transformación de la Iglesia significa para él -ad intra, la renovación interior, y -ad extra, aceptar todas las realidades y exigencias del momento, ambas cosas basadas, sin embargo, en el fundamento inmutable de la fe tradicional:

«fiel a los sagrados principios sobre los cuales la Iglesia está fundada, y a la enseñanza irreformable que le ha confiado su divino Fundador».

«Aggiornamento» –la famosa palabra de orden- no significa otra cosa. Se trataba de hacer más accesible a los hombres el santo depósito de la Revelación de la manera más eficaz, teniendo en cuenta los cambios en las condiciones de vida y las estructuras de la sociedad. Para realizar este propósito, Juan XXIII convoca el Concilio (Jedin). Una de las preocupaciones principales del Papa era el entendimiento ecuménico. Pero también aquí la verdad de la fe era el criterio: se trataba de «acercarse, en la verdad, a la unidad querida por Cristo».

Estableciendo esta finalidad pastoral el Papa había atribuido al Concilio una misión eminentemente práctica sin límites bien claros. Solo en el curso de las deliberaciones fue que los centros de gravitación se cristalizaron. El Papa deseaba una Iglesia viva, próxima a su tiempo y a la vida, pero en ningún caso «otra Iglesia».

La idea de un concilio pastoral inducía a pensar que las formas exteriores de la Iglesia podían adaptarse fácilmente a las circunstancias de la época moderna, quedando no obstante intacta su «doctrina inmutable». Pero es un hecho ampliamente conocido que cambios profundos en la práctica provienen de nuevas teorías y que la introducción de nuevas prácticas transforma las teorías. Mutatis mutandis, esto vale también de manera particular para la Iglesia y sus reformas conciliares: todas las novedades surgidas en la vida de la Iglesia no han sido, a fin de cuentas, más que el resultado de una nueva visión teológica; la introducción de una nueva manera de obrar debía, a su tumo, transformar poco a poco la antigua fe.

Así, por ejemplo, la fe en la Presencia real en la Eucaristía encontró su expresión en el culto de adoración de la Iglesia. Anulando esta expresión, la fe en la Presencia real desaparece poco a poco. Otro ejemplo: la actitud de la Iglesia antes del Concilio con respecto de las comunidades protestantes y de las religiones no cristianas se deducía de la cristología y de la ecle siología tradicionales. La actitud post-conciliar, puesta de manifiesto de manera visible para todo el mundo en Asís, es la expresión de una nueva teología. A su vez, la nueva práctica tiene graves consecuencias y causa fuertes repercusiones sobre la fe de todo el Pueblo de Dios.

A causa de la estrecha relación que existe entre las formas exteriores de la «doctrina inmutable» de la Iglesia, el Concilio declarado «pastoral» ha debido inevitablemente ocuparse de los fundamentos dogmáticos del aggiornamento: la constitución dogmática Lumen gentium trata del aspecto dogmático, la constitución pastoral Gaudium et spes del aspecto pastoral. La idea de un «concilio pastoral» era irreal, ya que el Concilio debía forzosamente convertirse en dogmático. En razón de la situación explosiva y problemática de la teología en ese momento, la idea de un concilio exclusivamente pastoral no reflejaba las condiciones que prevalecían en esa época.

Bajo esa luz hace falta ver el deseo expresado por Juan XXIII al Concilio – deseo que fue realizado – de no castigar los errores con el anatema y de no proclamar dogmas. Por primera vez en la historia de la Iglesia un concilio ecuménico renunciaba conscientemente al pleno empleo de su autoridad magisterial. Es necesario agregar esto a la postura de Jedin citada más arriba. El deseo del Papa correspondía a su concepción de un «concilio pastoral», pero esa concepción era irrealizable en el interior de la Iglesia ya que, al fin y al cabo, se trataba de una cuestión dogmática. Los obispos y los teólogos han sabido utilizar profusamente el espacio imaginario dejado libre para las «opiniones teológicas» en un ámbito presuntamente «pastoral».

A la idea del «concilio pastoral» y al hecho de renunciar a decisiones definitivas se vino a sumar un tercer elemento novedoso en la historia de la Iglesia: la opción de los Padres por un «lenguaje conciliar pastoral».

Un «lenguaje conciliar pastoral» parece adecuado a un «concilio pastoral», incluso parece ser la expresión de su finalidad pastoral. Parece idóneo para obtener más fácilmente las metas del aggiornamento. Pero como en el Vaticano II no hubo lugar a una reflexión teológica más profunda sobre la naturaleza de un «lenguaje conciliar pastoral», solo cabe decir lo siguiente: por «lenguaje conciliar pastoral» se entendía en primer lugar, al parecer, nada más que un lenguaje adaptado a la época y comprensible a todos. Un Concilio que quería mostrar la verdadera cara de la Iglesia al mundo entero (Lumen gentium 1,1) debía hablar un lenguaje que todo el mundo pudiera comprender. La nueva apertura de la Iglesia al mundo de hoy reclamaba también de la Iglesia un lenguaje abierto al concepto del mundo y al pensamiento moderno.

El problema de un «lenguaje conciliar pastoral» ha debido parecer familiar a muchos de los Padres, ya que ellos tenían en sus actividades pastorales el hábito de transcribir los conceptos abstractos a un lenguaje realista y comprensible a todos. Se oía por todas partes expresar: «¡Decir las antiguas verdades con otras palabras!», con otras palabras que, naturalmente, «sean comprensibles al hombre del siglo XX».

Es una delicada empresa la de describir en pocos trazos el papel del Concilio en la conmoción teológica y dogmática sin igual que se produjo en la Iglesia. Nosotros debemos limitamos a la concepción pastoral en conjunto del Concilio:

– la idea de un «concilio pastoral», aunque finalmente se trataran los fundamentos dogmáticos;

– la renuncia al empleo final de la autoridad magisterial, aunque se imponía claridad definitiva en cuestiones de fe;

– el «lenguaje conciliar pastoral», aunque la presentación de enseñanzas reveladas requería una extrema precisión conceptual.

De esta triple concepción pastoral del Concilio, que a la luz de los hechos conciliares aparece evidentemente irreal, es el «lenguaje conciliar pastoral» quien ha desempeñado el papel principal en la redacción de los documentos del Concilio.

(1)Aunque así se comenta en el discurso de apertura del Concilio no parece deducirse lo mismo del diario del propio Juan XXIII.

Capitán Ryder

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